lunes, 23 de abril de 2018





(Cuentos de Angalu)
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Hoy, día de San Jorge y del Libro, os dejo como regalo este cuento para que se acostumbren a leer vuestros hijos o nietos. Espero que les guste.
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UNA HISTORIA TRANSPARENTE

En una de las escaleras de un alto edificio, vivían tres amigos: Juan, el mayor, tenía doce años, Elvira, once y Mónica, diez.

Aunque iban a colegios diferentes, tras la merienda y hacer los deberes, se juntaban en un solar de enfrente y Juan leía un libro de cuentos que le había regalado su abuelo.

Eran cuentos muy especiales, porque parecían historias de verdad.

A veces comían pipas y se turnaban la lectura, pero siempre, siempre, las cáscaras las metían en un cucurucho de papel fino que luego, ya en casa, tiraban al contenedor de basura orgánica.

Una vez, sentado en un inclinado tronco de un viejo árbol que según le habían contado, vivió erguido mucho tiempo en aquel solar, Juan comenzó a leer, mientras Elvira y Mónica comían pipas:

“No podemos hablar, ni falta que nos hace, pues hacemos tanto ruido que a muchos se os pondrían los pelos de punta.

Unos somos bastante gordinflones. Otros y otras, no tanto. Pero aunque seamos de colores diferentes, todos, todos, somos transparentes.

Cada uno, tenemos más vidas que los gatos. Y dicen de éstos que tienen siete. Así que, cuando hayáis leído ESTA HISTORIA TRANSPARENTE, podéis calcular si vale la pena de que así sea.

Nos podéis encontrar en muchas partes, sin salir de vuestra casa. Pensad un poco, en algo incoloro, o verde, azul, oscuro casi negro, y transparente. Como una botella, por ejemplo, que lo mismo puede contener agua, que vino o cualquier refresco.  Eso sí, pensad en algo transparente que no sea de plástico. Como el búcaro que le regaló vuestro padre a vuestra madre con una rosa roja en día de los enamorados. El bote de la confitura también vale. O el frasquito de colonia de la abuela. O sea, para abreviar, todo lo que es de cristal. Porque a vuestra edad, sabiendo leer, también sabéis de sobra lo que es cristal, ¿verdad?

Como supongo que hasta aquí estáis conformes, sigo:

Imaginad ahora que un muchacho mayor que vosotros, desde la calle, le da tan fuerte puntapié a su pelota, que rompe el cristal de una ventana. ¿Qué van a hacer los mayores, además de reñir al culpable? ¿Cambiarlo, no?  Porque el cristal de una ventana no puede estar roto, pues dejaría pasar el aire cuando hace frío, o la lluvia cuando llueve.¿No?

Como imagino que estamos de acuerdo, ahora os pregunto;

¿A dónde irán a parar esos cristales? Y me contestaréis que a la basura ¡claro!. ¿Pero dónde? Y estoy seguro que me contestaréis que con las demás cosas de cristal. Con las botellas, tarros, vasos y demás cosas que ya no pueden usarse y que además os pueden causar cortes y arañazos.

Pero ¿sabéis que nos hacen?. Creo que no. Por eso os lo cuento.
Aunque creáis que no podamos protestar cuando nos tiran al contenedor de cristal, se arma un griterío tremendo. Nos tiran con fuerza y chocamos unos con otros. El que no estaba roto, se rompe. Nos hacemos cosquillas y gritamos todos los trozos como locos. Nos reímos. O lloramos si nos hacemos daño, pues unos sobre otros, con el peso, nos aplastamos. 

Cuando los contenedores de las calles están llenos, nos vuelcan en un camión y ¡hala! ¡a gritar todos! Entonces todavía más fuerte. Pero nos divertimos, que conste. Ya nos hemos acostumbrado a los porrazos y nos reímos unos de los otros. Y es divertido ver como caemos y nos vamos rompiendo.

Luego nos llevan a una factoría o fábrica muy grande y ahí sí que nos lo pasamos pipa. Acabamos tronzándonos de risa. Y así, hechos pedacitos, nos pasean por cintas después de clasificarnos por colores. Y, aunque es muy difícil reconocer el resto de pedazos de nuestros cuerpos, porque somos muchos, chocamos ya casi sin rompernos, subimos y bajamos toboganes que corren solos y nos vuelcan en contenedores más grandes que los de las calles. 

Después nos lavan y duchan con agua muy caliente que huele muy rara, -aunque siempre han dicho que el agua no huele- salimos muy brillantes, nos secan con fuego, nos vuelven a juntar y salimos de allí todos nuevos, convertidos en vasos, garrafas, botellas, jarras y jarrones. Y también algunos, en cristales para ventanas. O en ladrillos transparentes para que algunas paredes dejen pasar la luz. 

Y todo eso... ¡muchas veces!. Ya he dicho antes que tenemos más vidas que los gatos.

Ahora que ya sabéis esto, recordad que no nos debéis dejar mezclados con otras materias. Y mejor limpios y transparentes para que esta historia continúe.

Tengamos la forma que tengamos, los cristales, os saludamos y os damos las gracias.

Ángeles Garrido Luna
"Angalu"
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2 comentarios:

  1. Una historia estupenda, bien narrada y con mensaje. Abrazos

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  2. Es uno de los muchos cuentos especiales para niños que tengo desperdigados por todos los rincones.
    Gracias por pasar por aquí, leer y dejar siempre tu apreciable huella.
    Eres un solete.

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