martes, 17 de abril de 2018





(Cuentos de Angalu)
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(Este cuento va dedicado a mis tres nietas: Carolina, Patricia y Valeria)

UNA ABUELA EN EL AUTOBÚS


María, Marta y Mercedes eran tres hermanas de siete, seis y cinco años respectivamente, y aquel día fue divertido ir al parque con su abuela en autobús.

Así que después de esperar un ratito en la parada, dejaron subir a toda la gente primero, porque su abuela llevaba bastón y prefería subir la última, con calma y despacio.

Pasaron ellas tres delante y se sentaron en dos asientos. María cogió a Mercedes y la acomodó en su falda porque por la peque no iba a pagar billete, y esperaron a la abuela. Ésta. apoyó el bastón con fuerza para subir más cómoda, pero tras hacerlo se le escurrió el bolso desde el hombro hasta el suelo, y al levantar el bastón para cogerlo, se le escapó, se abrió y se esparcieron todos los monederos de distintos colores que llevaba dentro.

Entre varios señores, muy amables, se los recogieron todos, se los pusieron dentro del bolso y la ayudaron a recomponer su postura, ya que la otra mano la tenía apoyada en el parabrisas para no caerse.

María, Marta y Mercedes reían a gusto, mirando al conductor como observaba a su abuela con cara de ogro dispuesto a comérsela entera.

Ya recompuesta y con todo en orden, tenía que pagar a aquel impaciente conductor, que llevaba retraso por culpa de un jovencito que le adelantó de forma imprudente en la anterior parada. Tendría que entregar un Parte por su retraso y recibiría una reprimenda de la empresa. ¡Y no estaba para más bromas!

La abuela, despacio, abrió el bolso diciéndole al conductor que no tuviera prisa y que no pusiera el autobús en marcha hasta que estuviese bien sentada. Se rascó la cabeza tratando de recordar el color del monedero que contenía las monedas de dos euros y al no conseguirlo comenzó a abrir uno tras otro, todos los que llevaba. El rojo contenía un montón de moneditas pequeñas de un céntimo. El naranja, de cinco. El amarillo de veinte. El verde de cincuenta. El azul de un euro. Y por fin, el último, de color morado, tenía que ser el de dos. Pero no quedaba ninguna moneda y como ya tenía cerrados los demás monederos, buscando el que contenía las monedas de uno, comenzó por el rojo otra vez, como hacía siempre, por orden, según los colores del arco iris.

Se acercó amablemente a ella uno de los señores que la habían ayudado antes, diciendo:

-¿No se acuerda usted de que color es el monedero que contiene las piezas de un euro?

-No.

-Pruebe con el azul.

-Pues sí. Tiene usted razón, éste debía de ser, pero tampoco me queda ninguna pieza. -Dijo palpando con los dedos todas las esquinas.

Ante esa respuesta, el conductor que ya estaba muy alterado y nervioso le dijo con cara de pocos amigos:

-¡Siéntese y y me pagará luego!

-¡Quiá, no señor, yo soy persona muy honrada y no me siento sin pagar primero!

Y siguió buscando entre los demás monederos de colorines hasta que el señor le señaló el color verde. Pero solo quedaba una moneda de 50 céntimos que se metió aparte en un bolsillo de la chaqueta. 

-¡Siéntese! -gritó el conductor.

-¡Quiá, no señor, primero tengo que pagar!

Y siguió abriendo sus monederos. En ninguno quedaban ya monedas, salvo en el último que estaba abarrotado de piezas de un solo céntimo. Y comenzó a contar en voz alta, seguida de los pasajeros más cercanos, con intención de ayudarla, mientras las nietas reían divertidas.

Lleno de furia, rabioso como un perro cuando ladra muy fuerte, soltó las palabras de golpe, tan aprisa, que parecía que se perseguían unas a otras:

-¡O se sienta de una puñetera vez o arranco!

Y la abuela, con paciencia de santo, le dijo suavemente:

-¡Quiá, no señor, no me siento si no pago! Y no me distraiga, por favor, o tendré que comenzar a contar otra vez!

-¡Lo que me faltaba! ¡Por Dios Bendito, siéntese de una vez que yo le regalo el viaje! Pero a la próxima, vaya usted al ayuntamiento que le den la tarjeta gratis que hacen a los jubilados.

-¿Gratis?... ¡Quiá, no señor, que yo puedo pagarlo, no soy pobre!

-Haga lo que quiera. Este viaje yo se lo regalo. Pero siéntese por favor de una vez, que si no, me va a penalizar la empresa por el retraso.

Cuando por fin le cedió una señora su asiento, detrás de sus nietas, se sentó y arrancó por fin el autobús que las llevaría hasta la esquina del parque, y todos los pasajeros se pusieron a aplaudir entre risas.

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Ángeles Garrido Luna
Gerona
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4 comentarios:

  1. Un buen cuento, la honradez, la paciencia, la solidaridad... valores todos ellos presentes. Un abrazo

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  2. Creo que se pueden inculcar a los niños de manera que no resulten aburridas para ellos. Gracias por tu comentario.Un abrazuco.

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  3. Hola, Angelu. Vengo del blog de Ester, estoy curioseando por tus páginas. Estupendo y didáctico cuento, me gusta.He decidido quedarme.
    Saludos desde Sevilla.

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  4. Bienvenida pues. Aquí tendrás rollo para rato.

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