domingo, 13 de septiembre de 2009


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LA SERPIENTE DE ATARÉS
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En una de las abundantes grutas que podemos encontrar en torno a la Peña Oroel, situada en el término del histórico y monumental pueblo de Atarés, tenía su refugio una gigantesca culebra.
Muchos decían haberla visto. Según algunos, tenía el grosor del cuerpo de un hombre, pero nadie era capaz de calcular su largura. Su presencia atemorizaba a las gentes del pequeño pueblo y aún de la comarca. Se decía que atacaba a los rebaños y, a veces, a los hombres, hipnotizando a sus presas.
Cuando por las proximidades de la cueva pasaba algún rebaño, la serpiente salía de su guarida y se deslizaba sigilosamente hasta acercarse a las reses más apartadas del rebaño. Enroscada en sus fantásticos anillos, miraba fijamente a los ojos de sus víctimas que quedaban sumidas en un profundo magnetismo.
Hipnotizadas, hacía que le siguieran a su escondrijo, donde morían, oprimidas entre sus terribles anillos, y las engullía entre sus fauces.
El temor al monstruoso r3eptil levantó en armas a las gentes de Atarés, pero todos los intentos por locarlizarlo fueron infructuosos. La serpiente permanecía oculta y nunca atacaba cuando había más de una persona.
En aquellos años, cumplía condena en la cárcel de Jaca el capitán Salgado, acusado de haber asesinado a otro capitán durante una noche en la que la bebida había corrido en exceso. Salgado había sido condenado a la última pena, pero el coronel le propuso una manera de redimirse y librarse de una muerte cierta.
-Capitán, supongo que habrá oído hablar de la serpiente de Atarés, que atemoriza a las gentes de la comarca. Pues bien, si da muerte a ese monstruo, quedará en libertad. Elija.
El capitán Salgado, temeroso, no tenía opción: o moría fusilado o moría devorado. Aunque. como la muerte por fusilamiento era segura, decidió probar suerte con el reptil.
En Jaca vivía un brujo al que todos los desesperados acudían en busca de consuelo. Salgado creyó oportuno consultar al adivino para ver si éste le daba alguna solución. El mago le reveló el modo de acabar con la serpiente. Después de instruirle adecuadamente, le proporcionó un espejo de gran tamaño que aumentaba la imagen. Con él, el capitán Salgado se fue en busca del refugio de la culebra.
Salgado descansaba sobre una piedra, junto a una de las grutas próximas a Atarés, cuando comenzó a oir un imponente silbido y al momento, ante él, apareció una enorme y a la vez maravillosa serpiente que le miraba fijamente a los ojos. El capitán comenzó a caer bajo el influjo hipnotizador de la serpiente; per, sabedor del riesgo que corría, apartó sus ojos de aquella mirada perversa, levantó el espejo del suelo y lo colocó delante de la culebra.
Así, la serpiente comenzó a hipnotizarse con sus propio reflejo. El capitán haciendo uso de la destreza propia del guerrero, y librado del hechizo de la culebra, empuñó con ambas manos su espada y, de un tajo, hizo rodar por los suelos la cabeza del monstruo.
Desde entonces, los vecinos de Atarés y de toda la comarca, pueden transitar sin temor por las laderas de la Peña Oroel.
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