viernes, 4 de septiembre de 2009


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EL HERRERO DE CALCENA
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Según cuenta ROMUALDO NOGUÉS, San José, la Virgen y Jesús, se dirigían a Egipto para escapar de Herodes, que por decreto había mandado degollar a todos los niños. Dando un rodeo llegaron muy cansados a Calcena. San José pidió al herrero del Calcena que le pusiera las herraduras de la borrica al revés para despistar a los sicarios del tirano.
La imagen del herrero, de cabeza cuadrada, boca ancha, pescuezo corto y barriga anorme, mostraba a un ser de poca mollera, egoísta y envidioso, incapaz de hacer algo sin obtener beneficio.
-Me tendrá que pagar por adelantado.
Las prisas habían obligado a San José a salir precipitadamente de Belén, olvidándose de coger denarios para el viaje.
Rascándose la panza, el herrero espetó:
-Yo no me incomodo gratis por nadie.
-¿Y si consiguiera una gracia en pago por vuestro trabajo?
-Una, no: cuatro; a gracia por herradura.
San José preguntó por los deseos del herrero, que trataba de sacar tajada ante la angustiosa situación de la Sagrada Familia. La ingenuidad se apoderó de la tosca ignorancia oportunista de herrador.
-Que si alguno sube a esa higuera ( y señaló el herrero la que había junto a la puerta), no baje hasta que yo se lo mande; que quien se siente el banco de la herrería, se pegue a él cuanto tiempo me acomode; que el que beba vino de esta bota, no pueda variar de posición sin mi permiso, y si hubiera un atrevido que metiera la mano en el agujero que se halla al lado del yunque, no la saque mientras yo no lo disponga.
San José instó al calcenero para que presto herrara la burra. Al atardecer, sobre el Moncayo se dibujaba una estampa de siluetas recubiertas de un halo divino que se iba difuminando en un horizonte teñido de púrpura.
Como a todo mortal, al herrero de Calcena le legó su turno. Tan malo y egoísta había sido a lo largo de su vida que en el infierno recibieron orden de ir a prenderle. Un diablo muy listo se dirigió a la herrería.
-A por ti vengo; es inútil que trates de escapar.
El herrero, que guiado por su egoísmo había desarrollado una contumaz astucia, le pidió el favor de despedirse de su mujer, para darle la alegría de que se lo llevara el mismísimo Satanás. Podemos inaginarnos lo mucho que había aguantado la pobre mujer. Mostrando un talante generoso, alentó al diablo.
-Chúpate unas cuantas brevas; son riquísimas.
El diablo se encaramó en la higuera y quedó paralizado, colgando de una rama como los murciélagos. El herrero llamó a los chicos de la escuela, que a pedrada limpia pusieron al diablo más blando que un higo, hasta que le dijo:
-¡Vete!
El demonio, burlado y con el rabo entre las piernas, se undió por una grieta en los infiernos, donde recibió una agria reprimenda por el resultado de su expedición. Uno tras otro acudieron los más acreditados diablos para cumplir su importante misión. El primero se sentó en un banco para descansar un rato, pero no se pudo mover, y le pegaron una tremenda paliza. Su compañero tenía sed, empinó la bota y quedó con los brazos en alto, mirando el cielo, lo que le causço más sufrimiento, por ser morada que a los demonios causa más horror, que los tizonazos que le dieron los muchachos del pueblo con palos encendidos en la fragua. Así fueron atormentados hasta que el herrero quiso.
Ambos diablos llegaron al Averno hechos una miseria. El mismo diablo Cojuelo decidió tomar el camino de Calcena, donde llegó más ligero que el pensamientos, a pesar de su pata coja.
-¡Vente conmigo! -le dijo al herrero, amenazándole con la muleta.
Pero todavía le quedaba una última argucia al forjador. Pidió que le dejara coger las alforjas para llenarla con el dinero que guardaba escondido en un hoyo que había junto al yunque.
El diablo Cojuelo, tentado por la codicia, metió la mano en el agujero y quedó preso. Se dice que por la boca comenzó a echar espumarajos, a blasfemar y a jurar como un endemoniado, y fue el que introdujo la moda de hablar mal en Aragón.
A los gritos acudieron todas las mujeres y chicos de Calcena; le escupieron en la cara y le molieron a puntapiés por el trasero.
-Juro por mi rabo que si me sueltas no me acordaré de ti ni te admitirés en mis reinos -le aseguró con verdadera franqueza.
-¡Vete! -dijo el herrero, lleno de satisfacción, mientras se rascaba la panza.
Cuando el herrero de Calcena murió, se dirigió al cielo. San Pedro, al abrir un poco las puertas, las cerró enseguida y exclamó:
-¡Uf! ¡Huele a egoísta! ¡Fuera, fuera...
Después llamó en el infierno; los diablos, armaron gran algarabía y se opusieron a su entrada. Desde entonces, a los egoístas no los quieren en el cielo ni en el infierno.
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( de "Leyendas misteriosas de Aragón"
recopilación de:
José Antonio Adell y
Celedonio García)
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