viernes, 20 de febrero de 2009










UNA CARTA QUE RECORDAR

¿CÓMO SE PUEDE COMPRAR EL CIELO O EL CALOR DE LA TIERRA?

Esa es para nosotros una idea extravagante. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes propongan comprarlos?

Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que nace, cada grano de arena en las playas de los ríos, los arroyos. Cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y las tradiciones de mi pueblo.

La savia que circula por dentro de los árboles llevando consigo la memoria de los pieles rojas. Las caras pálidas olvidan a su nación cuando mueren y emprenden el viaje a las estrellas. No sucede igual con nuestros muertos; nunca olvidan a nuestra tierra madre. Nosotros somos parte de la tierra, y la tierra es parte de nosotros.

Las flores que perfuman el aire son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos, los desfiladeros, los pastizales húmedos, el calor del cuerpo del caballo o de nuestro, forman un todo único. Por lo antes dicho, creo que el jefe de los caras pálidas pide demasiado al querer comprarnos nuestras tierras.

No podemos aceptar su oferta porque para nosotros esta tierra es sagrada. El agua que circula por los ríos y los arroyos de nuestro territorio no es solo agua, es también la sangre de nuestros ancestros. Si les vendiéramos nuestra tierra tendrían que tratarla como sagrada y esto mismo tendrían que enseñar a sus hijos.

Cada cosa que se refleja en las aguas cristalinas de los lagos habla de los sucesos pasados de nuestro pueblo. La voz del padre de mi padre está en el murmullo de las aguas que corren. Estamos hermanados con los ríos que sacian nuestra sed. Los ríos conducen nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendiéramos nuestras tierras tendrían que tratar a los ríos con dulzura de hermanos y enseñar esto a sus hijos.

Ustedes son extranjeros que llegan por la noche a usurpar de la tierra lo que necesitan. No tratan a la tierra como hermana sino como enemiga. Ustedes conquistan territorios y luego los abandonan, dejando ahí a sus muertos sin que les importe. Ustedes tratan a la tierra madre y al cielo padre como si fueran simples cosas que se compran, como si fueran cuentas de collares que intercambian por objetos.
Su apetito terminará devorando todo lo que hay en las tierras hasta convertirlas en desiertos.

Nuestro modo de vida es muy diferente del de ustedes, nuestros ojos se llenan de vergüenza cuando visitan sus poblaciones. Tal vez esto se deba a que nosotros somos silvestres y no les entendemos.

En sus poblaciones no hay tranquilidad, ahí no puede oírse el abrir de las hojas en primavera ni el aleteo de los insectos. Eso lo descubrimos porque somos silvestres. El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos. ¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro, si no pude oír la algarabía de las ranas al borde de los estanques?

Nosotros tenemos preferencia por los vientos suaves que susurran sobre los estanques, por los aromas de este limpio viento, por la llovizna del medio día o por el ambiente que los pinos aromatizan. El aire es de un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento, todos: los árboles, los animales, los hombres. Ustedes no tienen conciencia del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente.

Si les vendiéramos nuestras tierras deberían saber que el aire tiene un inmenso valor, deben entender que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El primer soplo de vida que recibieron nuestros abuelos vino de este aliente. Si les vendiéramos nuestras tierras tendrían que tratarlas como sagradas, porque hasta ustedes pueden disfrutar el viento que aroma las flores de las praderas.

Si todos los animales fueran exterminados, el hombre también perecería en una enorme soledad espiritual. El destino de los animales es el mismo que el de los hombres. Todo se armoniza.

Ustedes deben enseñar a sus hijos que el suelo que pisan contiene las cenizas de nuestros ancestros; que la tierra se enriquece con la vida de nuestros semejantes. La tierra debe ser respetada. Enseñen a sus hijos lo que los nuestros ya saben: lo que la tierra padezca será padecido por sus hijos. Cuando los hombres escupen al suelo se escupen a ellos mismos. Nosotros estamos seguros de esto: La tierra no es del hombre, sino que el hombre es de la tierra. Nosotros lo sabemos. Todo armoniza, como la sangre que emparenta a los hombres.

El hombre no teje el destino de la vida. El hombre es solo una hebra en ese tejido. Lo que haga en el tejido se lo hace a si mismo. Ustedes no escapan a ese destino, aunque hablen con su Dios como si fuera su amigo.

A pesar de todo, tal vez los pieles rojas y los caras pálidas seamos hermanos.

Nosotros sabemos algo que ustedes tal vez algún día descubran:

¡Ustedes y nosotros veremos al mismo Dios!

Dios es de todos los hombres y su compasión se extiende por igual. Dios estima mucho a esta tierra y, quien la dañe, provocará la furia del Creador.

JEFE SEE-YAT-ALL

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Esta carta es la respuesta que el jefe piel roja SEE-YAT-ALL dio al PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, FRANKLIN PIERCE, EN 1854, ANTE LA PETICIÓN DE COMPRA DE SUS TIERRAS.







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