domingo, 22 de marzo de 2015




(Poetas de ayer)
*
En este día, que son tres 
las causas de mi resfrío:
nubes grises, viento y frío,
cuelgo tres rosas, tres,
y el poema, que no es mío.
Angalu
*

TODO ES TRES
Apuntad a esta verdad,
cabal entre las cabales:
todo es tres, y tres iguales
la Divina Trinidad;
las Virtudes Teologales,
Fe, Esperanza y Caridad;
y las cursis iniciales
que en las losas sepulcrales
expresan la Eternidad.
La división de los días;
los meses de una Estación;
las diversas trilogías
sin una sola excepción;
la edad (3-3) del Mesías
cuando su Crucifixión;
las Parcas, las tres Marías;
y las naves de Colón.
Las leyes de la prudencia:
el ver, oír y callar;
los miembros para formar
el tribunal que sentencia;
las bolas en el billar;
y las palabras, azar,
ocultismo o coincidencia,
que leyó la concurrencia
del Festín de Baltasar
Tres son las gracias, aquellas
estrellas de luz radiante
que Rubens pintó tan bellas
como fueron, tal vez, ellas;
aunque para ser doncellas
las exageró bastante;
y también son tres y estrellas
las que, en oro coruscante,
de un capitán muestran huellas
que aspira a ser comandante.
Tres, las soluciones sumas
que al hombre brinda el Eterno:
Cielo, Purgatorio e Infierno;
y los signos de uso alterno
de la Sibila de Cumas;
y los dedos del gobierno
calígrafo de las plumas;
los Mosqueteros de Dumas
y las Furias del Averno.
Tres los mayores trofeos
de arqueológico destino;
las Pirámides de Cheops,
de Chefrén y Micerino;
y los sátrapas caldeos
muertos por un asesino:
final que es tan imprevisto
como amargo hasta las heces;
y los Cismas y las Preces;
y los nombres que se ha visto
darle al Hermes Trimegisto;
y tres seguidas, las veces
que San Pedro negó a Cristo.
Tres, los metales fatales,
—plata, oro y cobre— los cuales
han causado inmensos males
siempre que fueron dineros;
y los jefes Comuneros,
cuyos rebeldes aceros
fueron también tres metales
fatales por lo mortales;
y tres, también, los brutales
y crueles compañeros
del «Vivillo» y del «Pernales».
Tres letras por sobrenombre
recibe el abecedario;
y otras tres las que dan nombre
popular a un gran diario;
tres son, sin que a nadie asombre
los tercios de un novenario,
los cables de un incensario
los enemigos del Hombre;
y las Cruces del Calvario.
Tres son, al menos, los pies
que ha de tener un asiento
para demostrar que lo es;
y los cerditos del cuento
del «Lobo feroz» inglés;
y asimismo, fueron tres
las estatuas de Ramsés
que en Egipto enterró el viento.
Tres, los seres que una cuna
reúne en torno, de fijo:
la madre, el padre y el hijo;
las provincias de Euskalduna;
los clavos de un crucifijo;
y las caras de la luna:
o, mejor dicho, las fases,
porque conviene hablar bien;
y los lados y las bases
que a un triángulo dan sostén;
y las diferentes clases
de los vagones de un tren...
si no hay hinchas futbolistas
aguardando en cada andén;
y tres los protagonistas
—contando la sierpe insana—
de la Historia del Edén
y cuya ambición sin tasa,
que hizo la orden de Dios vana,
les llevó a perder su casa
por querer una manzana.
Tres, en virtud de la tónica
de la ordenación canónica
son los votos que hace el Clero;
tres el número puntero
entre la gente masónica;
las arpas de la Sinfónica;
y los grados que, en enero,
pone por bajo de cero
el suave clima campero
de la Carpetovetónica.
Tres los paños de un dosel;
y las capas de una piel;
y los vientos de más hiél:
simoun, mistral y pampero;
las sílabas de Jardiel
(que es un rato majadero
mezclándose en el pastel)
y las noches que Luzbel
se le apareció a Lulero,
que al fin, le tiró un tintero:
según, al menos, contó él;
y los palos de un velero;
y las patas de un brasero;
las bocas del Can-Cerbero;
las verdades del barquero;
y las tribus de Israel.
Tres, las letras que el mercante
que naufraga da, anhelante,
«S.O.S.», al navegante
que acudirá a su tragedia;
tres, las partes que dio el Dante
a su «Divina Comedia»;
y tres... bueno: tres y media
las familias de la andante
gitanería ambulante
cuyo apellido es Heredia.
Tres, los tomos que hace impresa
«Las Moradas» de Teresa
de Jesús, la monja heroica;
las plazas de una calesa;
los minutos en que espesa
la salsa mayonesa;
y las hembras de alma estoica
que la tierra aragonesa
opuso a la paranoica
y torpe invasión francesa;
y los jacos de una troika
de Leningrado o de Odesa.
Tres son en el labrantío
las faenas del estío;
tres, las obras en que Talma
puso más talento y brío;
y en tres cosas siempre empalm
a el triunfo su poderío:
la lluvia, el calor, el frío,
la brisa, el tifón, la calma;
el mirto, el laurel, la palma;
la ermita, la fuente, el río;
los Enemigos del Alma,
y los naipes para un trío.
Tres las letras que, abreviando,
al insultar hacen vil;
y otras tres las que, pegando
al del insulto nefando,
tornan lo vil en viril;
tres son los hilos que, el blando
entrecruzado sutil,
y en el telar, trabajando,
usa la industria textil;
y tres las voces de mando
para el fuego de un fusil;
los afluentes del Sil:
y tres los avisos cuando
a algún torero, matando,
le echan un bicho al toril;
y las barras de un atril;
y los toros de Guisando;
y los picos del perfil
de un tricornio, exceptuando
los de la Guardia Civil,
que son dos no sé por qué,
aunque ya me enteraré
pues la cosa me interesa;
y tres son —o hay gran sorpresa—,
las hojas del trebolé,
que es como el trébol se expresa
en la canción montañesa;
y los hijos de Noé:
y tres, los gramos que pesa
—plato incluido— un bisté
de restauran! o café,
lo cual deja estupefactos:
y tres los únicos actos
que a una obra concede, exactos,
la Preceptiva francesa;
y las veces que se ve
sentarse al día a la mesa
a la gente —siempre obesa—,
de apetito y de parné:
pues, aunque es útil y amena,
la costumbre no es barata
ni hecha a base de patata,
de col o de berenjena:
y yo añado que ni buena,
porque la cena envenena
—según Avicena— y mata...
¡y aun diciéndolo, Avicena
fue por culpa de una cena
por lo que estiró la pata!
En fin —y como postdata,
que es la palabra más grata,
para el lector de esta lata,
al que doy mi enhorabuena:
tres metros de tela estrena
todo el que estrena una bata;
tres son los bajos de arena
que rodean cabo Gata;
las semanas de carena
que exigía una fragata;
y las mulas en reata;
y tres las hijas de Elena.
En el mundo, finalmente,
todo es tríptico, y tres es.
Y hasta matrimonialmente;
porque si un tiempo después
de la boda, es evidente
que ella anda dando traspiés
y que él no anda diligente,
¡pues al final, fatalmente,
será una regla de tres!
*
ENRIQUE JARDIEL PONCELA
*

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